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Cuento propio

EL NONO 

JHOAN ANTONIO PORTLLA PALACIOS
 
 En ese rincón se encontraba aquel sujeto, víctima de su desespero, agonía y tristeza y, a pesar de todo eso, también se hallaba atrapado en un laberinto de recuerdos sin salida. -Dejad descansar mi alma- torpe cuerpo maltratado y agobiado a causa de esta estúpida guerra, que lo único que ha traído son destrucciones y agravios para mi hermoso mundo. ¡Siento que por mi piel recorre el aliento de la muerte! Aún no quiero morir aunque pensándolo bien sería lo mejor. 
¡Mi más grande respeto hacia usted! – Hermosa dama- ¿Qué la atrae a estas sus humildes ruinas? ¿Acaso ha venido por algún conocido? Estos seres que están descansando aquí todos muertos ya se encuentran, ¿Es algún familiar tuyo? O ¿Acaso que al igual que nosotros estuviste combatiendo? Pero respondedme mujer, ¡déjame adivinar! tanto desastre te ha privado el aliento de la voz, y ahora no puedes pronunciar una palabra –¡Ummm! Ya lo sé- sólo paseas este lugar pues algún recuerdo grato tienes de él cuando fuisteis joven –espero- mis palabras no te incomoden, pues en ningún momento he querido ofenderte, no cabe duda que eres la mujer más hermosa de todos estos valles.
¡Espera! No me dejes con la palabra en la boca. Pues es un placer para mí tener tan grata compañía; pero decidme ¿Acaso no te he visto en algún otro lugar? Tus prendas de vestir se me hacen familiar, tu olor es un aroma que es cercano y muy conocido para mí, no cabe duda que eres una de las pocas mujeres que visten adecuadamente sin provocar las vistas morbosas de aquellos hombres que desviste a la mujer con tan sólo mirar con el rabillo del ojo, debe ser eso lo que me ha encerrado en un círculo literario contigo; pues, la palabra es la que se encarga de reunir a las personas, pero que lastima que no pueda decir lo mismo de ti, porque de lo que llevamos reunidos no he podido oír una palabra que haya salido de tu boca, -boca- que creo que debe ser hermosa, quizá roja como el color de una cereza y, cual tamaño debe ser como el de una fresa, o simplemente es pequeña y frágil como la burbuja de jabón, la verdad, eso no importa, pues el pequeño rato que llevo platicando contigo ha sido muy grato, nunca antes había tenido compañía tan maravillosa durante mis diecinueve guerras, no creas que sólo son palabras de un pobre moribundo que no ha dejado atrás su dolor. La vida me ha enseñado amar y la guerra me ha arrebatado el amor, pero eso no quiere decir que no sienta tan profundo cariño por alguien que ha soportado lo mismo que yo, o, incluso hasta algo peor. Tus manos han de ser dos luceros que atrapa la mirada de cual marinero que va en busca de su sirena enganchada en las redes -pero- ¿Cómo saber esto? Si ni siquiera sé tu nombre, pues tu rostro no puedo describir, porque, tú de espaldas no dejas de sufrir, dejadme entrar en esas cálidas manos, pues creo y pienso que usted ha de llevar una vida pesada porque no se ha dejado ver, muéstrame tus piernas, muéstrame tu pecho y, quizá tu rostro déjalo ver, no pienses que quiero abusar de ti ¡Cómo puedes observar estoy muy maltratado, para mover mi hermoso cuerpo! Esta maldita guerra me ha dejado mucho dolor y tristeza ¿acaso tú quieres que yo crea que estás aquí de pura casualidad? O ¿Simplemente quieres que piense que has venido a recoger aquellos que ya no le sirven a la humanidad? Reflejo en ti un calor familiar; pero ¿Me creerías si te digo que en unos momentos he llegado pensar que no eres de aquí? No te sorprendas ni te ofendas; pero, creo que debes saber, aquel que ya está en su lecho de muerte ve y siente todo esto lo que te digo. La alegría se ha embarcado en mi espíritu, pues el deseo que sentía hace rato por luchar contra la vida, para aliarme con la muerte se ha alejado y creo que aún me falta mucho por vivir, la angustia de mis lesiones daba la batalla de la vida por perdida, pero ¡cómo no seguir viviendo! si tan sólo tengo veintitrés años y, además tengo al lado a una mujer hermosa, aunque no me haya dicho su nombre, sé que estaré siempre a su lado. Date la vuelta estrepita mujer, y vámonos de este lugar tan horripilante, ya que lo único que transpira es ese olor a cadáveres putrefactos. Gracias por permitirme la dicha de poder ver tu rostro; pero, por favor procura darme una sorpresa con tu mirada ¡La muerte! Fue lo último que dijo mi nono quedando muerto y solo en aquel inhóspito rincón. 




Imagen seleecionada de: http://2.bp.blogspot.com/

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